Periodistas-alcachofa, abanderados de la oligarquía.
Si algún día por cualquier motivo buscare sumirme en la más desesperada, mas no inesperada, depresión, acudiría al sofá de turno, depositaría mis posaderas sobre la promesa autodestructiva de no levantarme y encendería ese nocivo objeto conocido como televisión. Si Dios se hubiera apiadado de mí, probablemente habría provocado un corte de luz o algún accidente doméstico en orden a que dicho distractor dejara de ser una perentoria amenaza, pero en esta ocasión parecerá que Dios quiere probarme. Llegados a este punto abrazaré el mando a la voluptuosa manera que envuelve a pecado lujurioso, y pondré en práctica esa común auto-aniquilación del género humano conocida como “zapping”. En este infausto devenir, perdida ya cualquier ambición vital, encontraría un programa de periodistas, tal vez fuera aquel quien me encontrare, para entregarme a mi óbito intelectual; porque, nada hay mejor que escuchar a un periodista para desdeñar cualquier remusgo de profundidad o trascendencia. Si algui