Amanecer en la República





La lluvia caía en la cabeza. El sudor, producido por la media hora corriendo, se mezclaba con las gotas de lluvia que resbalaban por la cara. El barro comenzaba a meterse en las sandalias y surgían las primeras rozaduras en los dedos. Él no notaba nada. Torció a la izquierda; mantuvo la velocidad; las calles estaban vacías, solo se escuchaba el sonido de su respiración atropellada.


El senador era un veterano de la guerra de las Galias y había realizado importantes hazañas durante los ocho años de campaña. A pesar de su ritmo en la carrera, no le preocupaba dejar rezagado a su escolta. Si le asaltaban podría aguantar varias estocadas hasta que llegase el apoyo de sus soldados. Para ello había sido entrenado, y media docena de desaliñados ladrones no le amedrentarían. Solo necesitaba su pilum para hacerles frente. Además, quién iba a atreverse a dar una vuelta en aquella noche de tormenta, los romanos eran muy escépticos con los fenómenos meteorológicos y era preferible perder una noche de sucias ganancias a exponerse al castigo de Júpiter.

Estaban cerca de la domus a donde se dirigían. Su anfitrión había luchado en la guerra Civil junto a Pompeyo pero una rápida desvinculación y la fama como político hábil habían hecho que César, tras vencer a Pompeyo, le perdonase la vida. Algunos en Roma murmuraban que el verdadero motivo se debía a que era su hijo, fruto de los numerosos amores del conquistador de la Galia. Pero esto no dejaban de ser meros rumores.

Giró a la derecha, el senador esperó a sus ocho soldados de escolta, y entró en la domus. Enseguida un esclavo trajo unas toallas para que se secasen. Mientras lo hacía, el senador se fijó en la decoración de la domus. Varios triclinios se encontraban en el centro de la sala; candelabros asiáticos, enganchados en las paredes, iluminaban la estancia; había deliciosos platos servidos en una mesilla central aunque la cantidad de comida era mesurada; por último, llamo la atención del senador el busto que se encontraba junto a una mesa apartada con un mapa extendido.

-Senador Décimo- el senador se volvió y se encontró con la cara de su anfitrión.
-Senador Bruto- contestó Décimo mientras le estrechaba la mano.

Marco Junio Bruto, además de recibir el perdón de César, un par de meses después había sido aceptado en el nuevo senado instituido por César.

-Estaba admirando el busto de tu antepasado: Lucio Junio Bruto- comentó Décimo-. Derrocó a Lucio Tarquinio de su trono, acabando con la Monarquía en Roma e instaurando la República. Una República que nosotros intentamos salvar.
-Así es y espero que nos ayude en nuestros planes- a diferencia de Décimo, Bruto era de parcas palabras.

Una vez hubieron llegado todos los invitados, senadores en su mayor parte, un par de esclavos acercaron la mesa con el mapa y Bruto tomó la palabra.

-Queridos senadores, amigos y compañeros. Nos hemos reunido en mi domus porque mañana es el día; mañana es el día en el que liberaremos la República; mañana mataremos a nuestro compañero Cayo Julio; mañana asesinaremos a César.

Bruto calló. Se produjo el silencio y...

Comentarios

  1. Muy bueno! El final y los detalles del personaje principal son geniales. Bastante bien descrito y narrado, aunque hay una frase que no me convence: ''estaban cerca de la domus a donde se dirigían''. El final es genial, pero lo hubiera dejado en ''mañana asesinaremos a César''.

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